En su conferencia, Chimamanda
Adicihie nos habla del peligro de parcelar la historia de un país, de un
continente, de un lugar, de una persona o de una época determinada
considerándola como la única verdad demostrada. Debemos recordar que el hombre
es incapaz de comprender la realidad de forma completa ya que, somos seres
limitados. En su caso, lo único que le permite tener una visión de la verdad
más o menos objetiva es la parcelación. Pero llegado este punto, debemos
diferenciar entre una mirada abierta a la realidad y otra mirada literalmente
específica. Nos referimos al hecho de que una mirada abierta entenderá esa
parcelación como una necesidad pero no considerará la mirada específica como
única, comprenderá que existen varias miradas. La visión específica reducirá la
realidad a una sola, alejándose por lo tanto de la verdad.
Chimamanda cita “Es así como creamos
la historia única, mostramos a un pueblo como una cosa, una sola cosa, una y
otra vez, hasta que se convierte en eso”. ¿Cómo se puede llegar del relativismo
al más puro etnocentrismo? Chimamanda afirma que se trata del poder, de otra
forma esa única idea no se forjaría tan duramente. Estas últimas décadas hemos
hablado de capitalismo, y también de globalización o mundialización. La
globalización es un proceso que se ha ido desarrollando paulatinamente mientras
las nuevas tecnologías y comunicaciones iban evolucionando; con ella las
sociedades del mundo, sus culturas, sus tradiciones se han resumido a una sola:
la impuesta por las grandes potencias. Somos todos marionetas de la globalización,
se están corrompiendo las identidades de las sociedades del mundo, estamos
destruyendo las dignidades de nuestros pueblos a fuerza de crear un único mundo
lleno de estereotipos. Además, aquel pueblo que no encaje en la “normalidad”,
será catalogado, definido por sus diferencias para concebirlo como lejano. Con
esto queremos decir, que su historia, su vida cotidiana actual, sus gentes
serán simplificadas. Esto es lo que muestra Chimamanda cuando afirma que para
la mayor parte de no africanos, su tierra es concebida como un lugar salvaje,
lleno de animales y gentes extrañas. Es entonces cuando alguna compañía de
viajes promueve esta visión ofreciendo excursiones exóticas a parajes olvidados
para comprobar de cerca esas diferencias; y, algún turista con actitud de
condescendencia regala una cámara de fotos, algún utensilio o mucho peor, algún
tipo de arma quebrantando y corrompiendo un pueblo que tenía su propio
equilibrio, su propia estabilidad.
En el caso de África aquí expuesto,
¿por qué hablamos de esa actitud condescendiente o de esa visión de pobreza,
epidemias y catástrofes? Chimamanda hace referencia a un estudio realizado en
el año 1561 por John Locke donde se hablaba de la anatomía extraña de las
gentes africanas. En este caso, añadiremos a esto las consecuencias de la
Guerra Fría. ¿Por qué la gran mayoría de países africanos son considerados como
el tercer mundo? En la Guerra Fría participaron varios países, una de las
alianzas era concebida como el primer mundo y la otra parte como el segundo mundo.
El resto de países que no participaron fueron catalogados como el “tercer
mundo”. Hablando de primero, segundo y tercero, parece que hagamos referencia a
una competición sobre un podio. Siendo de esta forma, el primer mundo es el
mundo desarrollado, rico, lleno de posibilidades. El segundo mundo avanza poco
a poco para convertirse en algo mejor. El tercero quedó sin posibilidades. Esa
medalla de bronce costó la visión única de esos países también catalogados como
países pobres. Parece que los indicadores de desarrollo humano y el producto
interior bruto de un país, le sirvan de etiqueta, de carta de presentación. Una
vez más, reducimos la mirada a una sola. Estos países son concebidos como
“inferiores” y así se generan actitudes de condescendencia, de caridad.
Construimos la imagen que el profesor de Chimamanda vendía como “autenticidad
africana”. Pensamos que un país africano si no es pobre, no padece de sida y no
mueren más de muchos niños por minuto; no es África. Aún nos extrañamos cuando
hablan de los países del norte de África como países desarrollados.
“La historia solo la escriben los
ganadores y vencedores de grandes batallas”. ¿Dónde quedan los perdedores? ¿Por
qué estudiar la historia desde el final de una batalla como simples hechos,
fechas y nombres y no desde las causas, los ideales de las sociedades que se
enfrentaron, que se enriquecieron? Estamos acostumbrados a estudiar la historia
a partir de la linealidad: un hecho detrás de otro, un rey detrás de otro, hay
personajes buenos y personajes malos. ¿Quién admitiría que Hitler fue un gran
gobernante o que María Antonieta pensó en los campesinos franceses mientras se
construía su retiro en Versalles? Tenemos una sola idea de cada acontecimiento.
Sin contradecir o menospreciar a un solo historiador, afirmamos que la historia
tiene muchas caras, dependiendo de quién la cuente. Es complicado que el hombre
alcance la objetividad completa en temas de historia ya que tenemos nuestra
propia cultura y esa naturaleza que hemos hecho propia nos dicta formas de
pensar, además de tener muy claro lo que es el “bien” y el “mal”. Pero,
precisamente porque somos seres libres, debemos amenazar nuestros pensamientos
más arraigados a través del espíritu crítico y eso; es lo que Chimamanda y su
editor comienzan a hacer en determinadas escuelas africanas o de otras partes
del mundo. Esa es nuestra labor como maestros, enseñar la historia o la
geografía ya no en línea cronológica recta sino como si se tratara de una
espiral o de un juego de dados donde en cada uno, tenemos diferentes visiones.
Como bien afirma Chimamanda, “las historias varias dan poder, humanizan y
reparan la dignidad rota de los pueblos”.