El
valor educativo de la ciudad y patrimonio
Joaquín Prats, Joan
Santacana
Toda
ciudad y comunidad tiene un pasado determinado que contar, que es tanto propio
como enmarcado dentro de la historia mundial. El pasado sirve para comprender
el presente por ello, ambos no pueden ser desvinculados. Claro está, que el
pasado determina quienes somos pero nunca debemos mostrar una mirada pasiva
hacia la historia. El pasado nos ayuda a entender aquellos errores que hoy, en
el presente no queremos repetir e incluso, a conocer que experiencias no
funcionaron para elaborar otras nuevas que poco a poco muestren sus frutos o
no. El pasado nos construye y nos educa, determina lo que hemos llegado a ser
pero nos otorga un poder mucho más importante, el seguir de avanzando y
construyendo la sociedad del presente. Como aclara el artículo, conociendo el
pasado nos hacemos independientes y por ello, luchamos contra la heteronomía
abogando por la libertad, una libertad que nos incluya a todos.
¿Cómo conocer el pasado? Hoy en día
disponemos de numerosas vías: documentos, narraciones orales, piezas arqueológicas,
pinturas, tradiciones… Es decir, el patrimonio. El patrimonio es así un
conjunto de objetos valorados en el presente pero relacionados con el pasado,
que la sociedad conserva para generaciones venideras. Sin embargo, esta
definición manifiesta un pequeño fallo y es que existe un patrimonio tangible
(museos, esculturas, edificios históricos…), otra intangible (fiestas,
costumbres, creencias…), un patrimonio natural y un patrimonio tradicional o
vernáculo configurado como la identidad de una comunidad que junto con las del
resto de comunidades del mundo crea el mosaico de la diversidad cultural. El
problema frente a esto último es la inminente globalización que azota a todos
los continentes independientemente de su estado social, económico, político…
Hoy en día debido a los avances en comunicación y tecnología, a la
homogeneización, a la globalización, la imagen que venden las grandes potencias
mundiales está amenazando el crisol de la diversidad cultural. El patrimonio
debe luchar por mantener estas diferencias que hacen del mundo un lugar mejor y
no estar a la disposición de los sistemas políticos gobernantes que
paradójicamente, siguen decidiendo lo que hará historia. Afortunadamente, en un
ambiente democrático, el sistema político responderá a las necesidades e
intereses de la gran mayoría. Por lo tanto, el patrimonio es plural, no tiene
valor sin una comunidad que lo valore. De esta forma, conservar el patrimonio
es una actitud de responsabilidad pública y es una acción extensiva de democracia cultural. El
patrimonio es la manifestación de la historia en el presente por ello es
educador y, como es inherente a una ciudad y comunidad, la ciudad se vuelve
educadora interactuando con la comunidad a diferentes niveles (no es lo mismo
visitar un museo, que participar en la limpieza de una playa) y buscando
cumplir diferentes objetivos tales como el aumento de conocimiento acerca del
patrimonio, el disfrute de una actividad al aire libre o un juego en un museo,
el aprender a analizar el patrimonio para retirar conclusiones o el aprender a
convivir y a transformarse en un buen ciudadano.
Pero, ¿si la ciudad es educadora,
qué papel desempeña la escuela? La escuela está en la ciudad, está en la
sociedad. Los niños son educados para integrarse en la sociedad. Por lo tanto,
esta última tiene la labor de educar y la escuela como parte de la ciudad
colabora en esa acción reproduciendo los fenómenos culturales tangibles e
intangibles sin distorsionarlos. Por ello, la escuela ha de implicarse
objetivamente en el entorno, ha de abrirse a la ciudad y no alienar al
alumnado. Únicamente aprendiendo unos con otros y unos de otros, mirando hacia
el presente y el futuro con sabiduría, la ciudad albergará sitio para todo
transformándose en una ciudad educadora.
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